El prematuro adiós de un hombre bueno

“Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”, decía Jorge Manrique. Juan, nuestro ‘dire’, ha llegado a la mar tan calladamente que apenas nos hemos dado cuenta. Juan, te has marchado como has vivido: silencioso, sin hacer ruido, pisando con tanto sigilo que casi has disimulado hoy tu muerte como ayer tu presencia. Hace varios meses, desde estas líneas, te invitábamos a luchar, a pelear por la vida, a tirar hacia delante por muy feas que pintaran las cosas. Bien sabemos que lo has intentado, que has buscado las fuerzas en todos los rincones de tu cuerpo y de tu alma… hasta que tu corazón cansado ha dicho basta.
Pese a tu delicado estado de salud, nunca vimos –o no quisimos ver- cerca el adiós, hasta el punto que nos pilló casi desprevenidos. Quizás el ser humano nunca está lo suficientemente preparado para las despedidas prematuras. Si la maldita enfermedad no se hubiese cebado contigo, hoy nos estarías ofreciendo una disertación certera sobre las claves de cualquiera de los asuntos de una actualidad que tanto te interesaba. Tan amplios eran tus conocimientos y tan clarificadoras tus reflexiones.
Hoy, todos los que formamos o alguna vez han formado parte de tu equipo en esta revista tenemos sólo una cosa clara: que te vamos a echar de menos. Nuestros ojos recorren con avidez las páginas de las primeras ediciones buscando una foto tuya que nos traiga el recuerdo del Juan espléndido en la madurez de los cincuenta y tantos; de ese Juan periodista que sabía mejor que nadie, desde la elegancia, extraer el máximo jugo de sus entrevistados; del Juan comunicador que ejercía de maestro de ceremonias en muchos de nuestros actos, eligiendo en todo momento la palabra justa para encender el debate o aplacar los ánimos.
Todos los que hemos tenido el placer de conocerte te hemos querido y admirado a partes iguales. Desde la discreción, sin zalamerías pero con encanto y sutileza, has sabido hacerte querer por cuantos te hemos rodeado, al tiempo que has sabido ganarte nuestro respeto y admiración por tu buen hacer profesional y tu erudición.
En adelante, Juan, la cafetería en la que tantos pensamientos hemos compartido entre churro y churro en nuestros últimos encuentros, será el rincón al que acudamos para sentirte cerca, donde recordaremos con alegría que la lucidez te acompañó hasta el último instante. Y rememoraremos tus charlas y explicaciones sobre tantos y tantos temas en torno a los que has escrito para esta revista, o tus enfados cuando en algún medio faltaban a la verdad sobre lo que fuere, fruto del desconocimiento: la ignorancia, como la petulancia, te sacaba de tus casillas. Hay que transmitir desde la humildad, pero con rigor y autoridad: esas eran tus máximas a la hora de abordar cualquier escrito. Y quienes hemos heredado tu filosofía intentamos a cada paso no defraudarte.
Te has marchado, sí, pero nos dejas tus enseñanzas a través de los 116 números de esta publicación que precedieron tu adiós; una particular ‘hemeroteca’ que llevará siempre tu sello. Donde quiera que te encuentres, no olvides nunca que te queremos. Algo de ti estará siempre entre nosotros. Descansa en paz.

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